El pastel de boda o tarta nupcial, como también lo conocemos, no es algo novedoso, ya que es una tradición que se remonta a la antigua Roma, donde por aquella época, el novio era el encargado de cortar un trozo del mismo, sobre la cabeza de su flamante esposa. El fin de este acto era atraer la fertilidad de la joven pareja.
Realmente, este postre ha sido siempre sinónimo de fortuna y buena suerte para los contrayentes. Claro está, los pasteles que se hacían antiguamente, nada tienen que ver con los que hoy disfrutamos. Estaban hechos de harina y un poco de sal.
Después de cortar el primer trozo del mismo, los invitados se encargaban de coger su parte para poder disfrutar de la dicha de los recién casados. De esta forma todos podrían estar unidos a través de un trozo de dulce.
En Grecia también tenía el mismo significado que este que hemos comentado, pero sin embargo, la pequeña variación está en los ingredientes, ya que en esta ocasión, se comienza a rellenar con unas finas semillas que le aportan un toque más especial y menos soso que el anterior.
Poco a poco, el pastel va variando y aumenta en tamaño y como no, en su sabor, puesto que se van agregando ciertos ingredientes que siempre tienden hacia su sabor más dulce, de ahí que se conozca como pan dulce y tiene una forma redondeada además de contener una sorpresa en su interior que sería del agrado de muchos invitados.
Esta sorpresa sería un anillo, enterrado entre el dulce manjar y quien lo encontraba, sería el próximo en contraer matrimonio. Hoy en día, también se mantiene la tradición pero de otra manera, ya que a las parejas amigas que llevan muchos años juntas, pero solteras, se les entrega algún presente para animarlos a que den el paso.
Ahora, muchos novios, se guardan un trozo de pastel, que congelarán y se comerán cuando celebren su primer aniversario de boda. Tradiciones que todavía perduran y que nosotros estamos encantados de transmitirte para que siempre estés a la última en temas de bodas.